Ahora que la aventura de ciencia ciudadana SOCIOBEE está llegando a su fin, resulta un buen momento para reflexionar sobre lo que personalmente he aprendido a lo largo de este viaje junto a mis compañeros de la Fundación Zaragoza Ciudad del Conocimiento y los colegas de la Fundación Ibercivis, el Ayuntamiento de Zaragoza y del resto de socios del consorcio.
La participación ciudadana es un área en el que las cosas siguen sin estar claras, y donde de hecho me pregunto si, en los últimos años, no se está más bien retrocediendo. Desde la simple votación cada cuatro años hasta las visiones utópicas que implican comunidades aisladas y auto-organizadas, existe abundante literatura sobre los pequeños triunfos y los sonados fracasos de esta lucha de largo recorrido en torno a la delegación del poder y el control.
Grados y herramientas participativas
La participación en eso que llamamos «hacer ciudad» admite muchos grados, incluso dentro de unos mismos parámetros culturales como los occidentales. En términos prácticos, las ciudades europeas han experimentado con una amplia paleta de herramientas participativas en las últimas décadas. Algunas de ellas, como las consultas en línea, los presupuestos participativos o los hackathones, ya no son ninguna novedad. Me temo que, más pronto que tarde, hasta los más recientes ideathones -hackathones cívicos en los que se abre la participación a la ciudadanía menos versada en la tecnología- parecerán también cosa del pasado.
Participación y ciencia ciudadanas
Como quedó patente en su evento final, el proyecto Sociobee nos ha enseñado -entre otras muchas cosas- que la ciencia ciudadana puede ser también una herramienta que complemente a otras iniciativas de participación ciudadana. Sin más preámbulos, me gustaría que colegas de otras ciudades que trabajan en asuntos de participación ciudadana consideraran la adopción de la ciencia ciudadana como otra palanca más a disposición de los ayuntamientos para impulsar grupos y comunidades que ejerzan una participación ciudadana activa y duradera. He aquí mis razones, en forma de pequeñas píldoras:
- Los proyectos de ciencia ciudadana que abordan cuestiones urbanas sitúan automáticamente a las ciudades en los escalones superiores de la colaboración, aquellos en los que las ciudades son facilitadoras y los ciudadanos solucionadores de problemas. A este respecto, recomiendo leer la escala de Foth sobre los niveles en que una ciudad se puede clasificar en función de su actitud hacia la participación ciudadana.
- El enfoque iterativo de SOCIO-BEE permite utilizar los comentarios de los ciudadanos para ajustar y afinar la tecnología. Así es como funcionan los ecosistemas. Y que, en última instancia, conducen a un diseño urbano evolutivo del tipo que las ciudades, como ecosistemas complejos, necesitan.
- El lugar importa, por supuesto. Hay un planeta de laboratorios cívicos por ahí -Anthony Townsend lo escribió hace muchos años-, y el gran William Mitchell anticipó la importancia de nuevas ágoras como Etopia. Ahora también sabemos que amplifican y enriquecen los procesos en torno a la ciencia ciudadana.
- Y por último, está la lucha en torno a la opacidad de la tecnología urbana en la llamada smart city. Y ahí entra la ciencia ciudadana usando código abierto, produciendo datos abiertos sobre calidad del aire, y ayudando a construir ciencia abierta u open science.
Así pues, cuestión de echarle un vistazo a los numerosos materiales que hay en la caja herramientas de SOCIOBEE del sitio web del proyecto y de considerar seriamente el emprender un viaje similar alrededor de la ciencia ciudadana.